INFANCIA, por Diego Sandro A llá lejos, ese espacio de los astros. Todavía no es otoño y el verano no deja de entregar su calor entre las sombras y luces de las alturas. Hay pocas nubes, entonces allá me gusta perder la mirada. Busco un punto. A veces me cuesta un poco más, pero siempre lo encuentro. Sé reconocerlo porque hay una estrella particular en el lugar que me sirve de guía. Mi padre me la señalaba desde pequeño y me ayudaba para seguirle la dirección del dedo, esa mano grande apuntaba hacia donde brillaba un punto pequeñito, pero reconocible. Duraba un rato y después contemplábamos en silencio al punto, como queriendo encontrar algo en él. En la superficie, el único paisaje, además de los arbustos y matas de pasto, era el hermoso edificio de la Universidad. Las luces lo mantenían encendido y refulgente, como símbolo del faro cultural que luego comprendí que era. Cuando no estaba ausente por los largos meses de cosecha, compartíamos esa rutina todos los sábados, cuando